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Camino de Santiago

“En principio me mantuve reacio por la necesidad de tener que dializarme en centros distintos al mío. Me surgían dudas sobre las punciones, la tolerancia a la diálisis, el miedo a no encontrarme bien y no poder seguir realizando el camino, a ponerme enfermo, a problemas con el acceso vascular o a no encontrar centros cercanos a la ruta elegida. Pero por fin tomé la decisión y elaboré una ruta.”

El Camino de Santiago, también conocido como el Camino de St. James, ha dibujado peregrinos de toda Europa desde el siglo octavo. Juan Antonio Rangel, un paciente de diálisis español, nos habla de su experiencia de la peregrinación en la caminata:

Comencé con la diálisis cuando tenía 33 años, en 2008, en el Centro de Diálisis de Osuna, a unos 90 kilómetros de Sevilla Desde siempre he realizado trabajos en el campo en mi pueblo natal Aguadulce y entre mis aficiones destaco salir con los amigos y el senderismo. En el año 2010, un amigo me propone hacer el camino de Santiago, ya que el lo lo había hecho y le había parecido una experiencia espiritual inolvidable.

En el camino

El primer día, a las seis de la tarde, tome el autobús hacia Ourense, una ciudad a unos 50 kilómetros de la frontera del norte de Portugal. Ese mismo día me había dializado por la mañana y había recibido la confirmación del último centro de diálisis donde tendría que dializarme durante la peregrinación.

Al bajar del autobús a las seis de la mañana, al día siguiente, me encontré con una pareja de españoles que también iban a Santiago. Decidimos emprender juntos el viaje y cuando llegamos a la Catedral de Orense, sellamos por primera vez nuestro „pasaporte de peregrino“.

La primera etapa que recorrimos, 22 Km, fue dura pero mereció la pena. Fuimos conociendo más personas, y el grupo fue aumentando de tamaño. Aquel día una señora nos invitó a comer en su propia casa. Para mí fue ¡la mejor ternera que había comido en mi vida!

Esa noche, en el albergue, todo el mundo estaba planeando el siguiente tramo de la ruta, pero tuve que despedirme, ya que me dirigía a un albergue a tan sólo 12 kilómetros de distancia, desde donde yo podía ir al hospital más cercano para la diálisis. Cuál fue mi sorpresa, que cuando regresé de mi sesión de diálisis me encontré que el grupo que había formado tan solo un día antes, estaban esperándome. Habían decidido no seguir el camino sin mí, a pesar de que alguno de ellos no conseguirían llegar a Santiago en la fecha que tenían programada.

Desde ese día todo discurrió de la misma manera. Nos ayudábamos todos, se respetaba al que guardaba silencio, los más adelantados compraban y preparaban la comida para cuando llegara el resto. Los días que yo iba a diálisis se hacía una ruta mas corta para estar al mediodía en el albergue, me esperaban por la tarde para la cena, y compartíamos charlas y risas con otros peregrinos.

Una experiencia compartida

Lo que hizo que esta experiencia fuese tan especial fué poder compartirla con personas de distintas edades, desde el joven de 17 años que hace el camino con sus padres, parejas, gente de edad más avanzada, hombres y mujeres. No importaba la naturaleza de cada uno ni el origen, ni la raza ni la condición religiosa.

Me aportó una riqueza espiritual y moral incalculable. Además del recuerdo, ahora tengo nuevos amigos, amigos con los que sigo teniendo contacto. A todos nos queda la alegría y la esperanza de volver a repetir esta experiencia de nuevo. No se trata de poner como excusa la enfermedad. Todos podemos intentar hacer nuestro camino particular. Para mí fué un reto a mi enfermedad y después de aquella experiencia, tome conciencia que la diálisis no siempre es un inconveniente para realizar aquello que me guste; solo es algo que tengo que tener en cuenta.

Me gustaría dar las gracias a todos los que me ayudaron en esta peregrinación: amigos, familiares, el personal de la clínica de Osuna, mis compañeros peregrinos y el pueblo de Galicia por su amabilidad y hospitalidad.